Lo más duro ha sido no poder decir adiós a los familiares
Tengo 62 años. Salí junto a mi marido y una hija de un pequeño pueblo de la montaña ecuatoriana para trabajar en labores domésticas en Israel y luego vine a Pamplona donde llevamos 21 años. Tengo un hijo y mucha familia en Ecuador donde han muerto varios familiares (primos y tías) por la COVID. En diferentes partes de España también tengo allegados a los que ha enfermado la pandemia, con otros dos primos y un tío fallecidos.
Cuando empezó la pandemia, cogió a mi marido trabajando en el campo en Francia, donde estuvo enfermo de COVID y debido al confinamiento estuvimos 4 meses separados y yo aquí sola y me quedé sin trabajo, porque trabajaba en casas normalmente de personas mayores y tienen miedo de contagiarse. “Ya te llamaremos”, pero sigo sin trabajo cuando yo estaba haciéndolo. Al menos, mi hija aquí y mi hijo en Ecuador (que también sufrió la enfermedad) han mantenido sus empleos.
Lo más duro ha sido no poder decir adiós a los familiares muertos. Directamente del hospital al cementerio. Ni un recuerdo ni una despedida. Por eso, este Jardín me parece muy bonito, un lugar donde podamos recordarles, público, un sitio donde poder decir, “aquí tengo a mi familia”, donde podamos ir para abrazarles y decirles que les recordamos y les queremos. Por eso he querido escribir en esta Página de las Historias, porque me parece una idea muy bonita e importante para nosotros.